“¡¿Quieres que entre en ese agujero?! Estás de broma”
“No es un agujero, es un pasadizo secreto que lleva a un lugar que nadie conoce”, aseguró Óscar.

Andrea dio un paso para mirar dentro. Era estrecho, profundo y oscuro. Podía ver el final. Aquello no era ningún túnel. Era un horno profundo y nada más.
“Eso no es ningún túnel”, susurró ella, desconfiada.
“Sí, sí que lo es, pero desde aquí no se ve bien. Hay que entrar para ver el pasadizo” Andrea miró otra vez. Era tan estrecho que no se podía pasar ni a gatas. Había que arrastrarse para poder moverse allí dentro. “Vamos, entra”, le dijo Óscar.

Andrea no quería, pero tuvo miedo de negarse. Temió que creyera que desconfiaba de él. Tenía miedo de que allí dentro, solos los dos, volviera a comportarse de forma extraña y a sudar pese al frío. Ya no estaban en una cafetería del centro rodeados de gente, sino ante el horno medieval de una iglesia vacía. “Quizás lo utilizaban para quemar a los muertos”, pensó Andrea, subiendo a una silla para entrar en la cavidad.

“¿Por qué no entras tú primero?”, preguntó al verse sola ante la oscuridad del interior.
“Yo tengo que entrar el último para evitar que la puerta del horno se cierre por fuera cuando estemos dentro. No podríamos salir nunca más. Nadie miraría aquí dentro. No nos encontrarían”, se rió el hombre como un bobo.
“Sí, claro”, tuvo que aceptar la explicación. Se inclinó y puso las palmas de las manos dentro del horno. “No me puedo creer que esto esté ocurriendo de verdad”, pensó.
Se arrastró cada vez más adentro. No veía nada. Las paredes estaban muy frías. El túnel era tan estrecho que ni siquiera se podía girar para ver si Óscar la seguía. T enía la impresión de que Óscar se había quedado fuera y había cerrado la pesada puerta metálica con la barra. Estiró la mano para coger su teléfono móvil del bolsillo. No podía alcanzarlo. No había espacio para mover bien el brazo. El túnel era demasiado estrecho.

“¿Óscar?”, lo llamó. No hubo ninguna respuesta. Empezó a respirar cada vez más fuerte. Aquél lugar era demasiado estrecho. Cada vez lo parecía más. Quiso volver hacia atrás, pero no pudo. No era capaz de retroceder. Solo podría salir si Óscar la estiraba de los tobillos con fuerza “¿Óscar?”, lo llamó de nuevo, más nerviosa. “¡Sácame de aquí, por favor!”.

Sentía que se estaba ahogando en aquel lugar oscuro, que nadie la encontraría, que moriría allí. Notó como el teléfono móvil le caía del bolsillo. Volvió a estirar los dedos para cogerlo. Al final lo consiguió. Lo encendió. No tenía cobertura, pero al menos volvía a tener luz.
Algo más adelante, a su derecha, había un túnel todavía más estrecho. Ese tenía que ser el pasadizo que había mencionado Óscar. No era capaz de moverse hacia atrás, así que se metió en el túnel siguiente. A duras penas podía avanzar. Casi no había espacio para moverse. Óscar no podía haber pasado por allí. Las paredes eran demasiado estrechas, cada vez más. Había mucha humedad. Empezó a sentir que se volvía loca allí dentro. Había demasiado poco espacio. Sentía que se quedaría atrapada de un momento a otro y si al final de ese segundo túnel encontraba una pared no sería capaz de volver y se moriría allí de frío o de sed, y nadie lo sabría nunca.
Vio el final. ¡Estaba tapada! Se puso a llorar. El túnel acababa allí. Se esforzó en volver hacia atrás, pero fue incapaz de moverse un solo centímetro

“No puede ser, no puede ser”, se repetía a sí misma. Siguió avanzando hasta tocar el final con los dedos. A la izquierda había una obertura. Era tan estrecha que dudó que sus hombros pudieran pasar por ella, pero era una obertura hacia un lugar completamente negro. No dudó en meterse por ella. Cayó y chocó contra el suelo. Acababa de entrar en algún tipo de cámara pero no veía absolutamente nada. En el suelo había tierra húmeda. El móvil había golpeado el suelo y se había apagado. Quizás estaba roto, pero eso no le importaba en ese momento. Volvía a tener espacio para mover los brazos. Espacio para respirar.
Se puso a buscar el móvil. Deseaba con todas sus fuerzas que el móvil funcionara, que se encendiera, que en esa habitación hubiera una puerta y que la puerta diera al exterior, a la calle. Si fuera así saldría por ella y no volvería nunca más allí, pero tenía la horrible sensación de que algo así no iba a ocurrir.